Miedo, ese gran enemigo conocido. Algunas veces miedo a sufrir, otras
miedo a la felicidad. Miedo a caminar o miedo a quedarnos estancados.
Siempre temerosos, temerosos de dios, temerosos de la humanidad,
temerosos de la naturaleza, temerosos de las sociedades, incluso
temerosos del universo.
Cuánto puede durar una vida? Qué proporción exacta crees que llegará a
abarcar tu vida? Quizás no sea más que un suspiro en ese letargo de
terror al que te sometes, quizás sea tan larga como se extienden las
horas frente a un abismo de carencias. Cerramos nuestro corazón,
cerramos nuestra mente y hasta cerramos nuestros muslos al gran enemigo
de la vida que, al igual que el dios todopoderoso, lleva la marca de la
creación humana.
El miedo es un estanque prístino donde navegar en círculos. Un disfraz
de pacificación que nos mantiene atados a la monotonía, al hastío e
incluso al odio. Pero la vida fue creada para andar, desde la primera
criatura que desarrolló movilidad y pulmones para salir del agua y
comenzar su sendero en la tierra. Son nuestros dedos tijeras fuertes con
las que cortar los hilos de la represión. Nuestras piernas están hechas
de acero, si confiamos en nosotros mismos volverán a albergar nuestros
muslos el fuego del amor, aprenderá nuestro corazón a dar y recibir paz.
Por muy manida que esté esta frase "nunca una noche venció a un
amanecer". Dejemos que nuestros aullidos se alcen hacia la madre luna,
dejemos que nuestra piel se caliente con el sol de un nuevo día y lo más
importante, aprendamos a escuchar nuestra naturaleza, aprendamos a
caminar.
LA ESPADA VICTORIOSA SOBRE EL MIEDO,
SIEMPRE A FAVOR DE LA VIDA.
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